Tiene las propiedades de un árbol edénico, ya que en ella se conjugan, como en ninguna otra planta, la alquímica potencia del bien y del mal. Humo, hálito, infusión, embriaguez, hilaridad… Sensual declive de la voluntad. Hábito e indolencia… Un caso único en la botánica por el amor y rechazo que despliega.
La reciente despenalización de su consumo recreativo en los estados de Washington y Colorado (EE UU) y el proyecto de Uruguay de legalización integral bajo monopolio del Estado, previsto para 2013, solo le han devuelto su facultad para fragmentar el consenso social. Aunque en este último país, el presidente Mújica ha anunciado un freno en los tiempos de tramitación del proyecto de ley que estudia el parlamento tras conocerse una encuesta en la que el 64% de los uruguayos se mostraban contrarios a la legalización. Mújica pretende ganar tiempo para explicar a los ciudadanos lo que se pretende con la legalización del cannabis: que el estado recaude con los impuestos y luchar contra el narcotráfico.
Sus efectos están descritos desde la arcana medicina china, hace 50 siglos. Presente en los cinco continentes, los primeros humanos que cruzaron el estrecho de Bering rumbo a América pudieron haber transportado la semilla, vinculada a ritos chamánicos y originaria del Himalaya. Otros historiadores acusan a Colón de ser el primero, pues el cáñamo, además de alimento, era el origen textil de las velas y cuerdas, y los conquistares debían asegurarse el repuesto.
Ha acompañado la epopeya del nuevo mundo. Merece más respeto y conocimiento
Su resina fue el ungüento que otorgaba valentía a las sectas de kamikazes de los hashashin, en el Irán de la Edad Media (el término ‘asesino’ se cree que deriva de este vocablo árabe y que significa ‘los que consumen el hachís’). Objeto de culto de los poetas franceses del XIX o pretexto para guerras imperiales europeas, la declaración de independencia de Estados Unidos acabó escrita en papel de cáñamo. Fue la mota (como se la conoce en México) de negros jazzistas y de mexicanos. Símbolo de la paz hippie o pingüe negocio para los brutales cárteles de la droga.
«Ha acompañado la epopeya del nuevo mundo. Merece más respeto y conocimiento», ha dicho recientemente el presidente de Uruguay, José Mújica, firme defensor de la legalización, y que a sus 77 años afirma no haber fumado nunca un porro.
Incluso en la estatua de Colón de Barcelona hay quien ve esculpido su símbolo, como si la hierba por antonomasia, capaz de apropiarse del sustantivo que define a todas las hierbas, reclamara la cualidad colonizadora propia de hombres y ratas.
«El consumo del cannabis se prohíbe a partir de la eclosión de su consumo recreativo en los años 30 en Europa y los Estados Unidos, pero no por su toxicidad, ya que tiene menos efectos tóxicos que el alcohol, y su dependencia es suave; hay que entender su prohibición en un contexto político y comercial, la guerra de los magnates del tabaco y alcohol, y que estaba asociada a clases pobres o de otras razas», explica Manuel Guzmán, catedrático en Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad Complutense de Madrid, y uno de los investigadores con más prestigio sobre el uso terapéutico de la composición química del cannabis a partir de la sustancia conocida como tetrahidrocannabinol (THC). Sus investigaciones se centran en que nuestro cerebro produce una química muy parecida al THC llamada endocannabinoides.
El debate, lejos de estar cerrado, aumenta bajo el renovado impulso de la población. Incluso en el Plan Nacional de Drogas español, que considera un error su regularización y acusa al «mercantilismo de determinados lobbies», admiten que éste tenía que eclosionar. Como si el tiempo hubiera propiciado un estallido al modo de la irrefrenable hilaridad de la droga, con un torbellino de datos, estudios, lemas, argumentos, intereses y miedos.
«Parece que el mundo siente un fuerte apetito por el cannabis», concluye un informe del Observatorio Europeo de las Drogas y Toxicomanías. «Lo que está cambiando es que la opinión pública es más tolerante con esta sustancia y va por delante de la legislación», añade Guzmán.
Parece que el mundo siente un fuerte apetito por el cannabis
Dos estados de los EE UU ya han aprobado por mayoría (55%) el referéndum de legalización para uso recreativo (el uso medicinal y bajo receta es legal en 17 de ellos), por lo que para 2014 debería permitirse la producción, distribución y venta en Washington y Colorado, una normativa que será de difícil aplicación ya que choca con la legislación federal, que continúa considerando el cannabis una sustancia ilícita y peligrosa, al mismo nivel que el LSD o la heroína. «Ninguna legislación estatal puede oponerse a una ley federal», se ha apresurado a decir el Departamento de Justicia. Lo que no ha impedido una marea política en Latinoamérica, especialmente en México, uno de los principales socios de EE UU en la lucha contra las drogas, y el que se cobra más víctimas; ríos de sangre son financiados con los beneficios de la cocaína y la marihuana.
«Representa un cambio de paradigma», ha dicho el ex presidente mexicano Felipe Calderón. Incluso la ONU ha recordado a EE UU que debe cumplir los acuerdos internacionales. «El cannabis es una sustancia que puede tener duros efectos en la salud y se emplaza a los gobiernos a un firme control sobre esta sustancia», concluyó la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961.
Por el momento en esos dos estados la democracia directa ya ha convertido en legal la tenencia de 28 gramos para los mayores de 21 años, y el cultivo privado de seis plantas. «Un hito histórico», a juicio de los abolicionistas.
La consumen para abstraerse, flotar, enturbiarse o iluminarse, relajarse, relacionarse o aislarse, el humano aspirando a la dicotomía, el placer y la turbación. Es el hombre al cubo, según lo definía el poeta Baudelaire. La marihuana crece en las complejas decisiones de la conciencia en esa fangosa búsqueda de la felicidad. Y décadas de prohibición no parecen haber mitigado su poder de atracción. La ONU calcula que es consumida por el 5% de la población mundial, entre 116 y 220 millones, datos que reconocen difíciles de estimar, especialmente por el creciente fenómeno del autocultivo privado, cuyo mercado derivado genera millonarios beneficios en la UE en cuanto a abastecimiento de logística y semillas. Su consumo no tiene parangón con el de cualquier otra droga ilícita, siendo Oceanía y Norteamérica las áreas con mayor influencia.
Holanda es el único país que permite legalmente su venta a pequeña escala, una legislación que no ha acabado de satisfacer a nadie, especialmente por el fenómeno del turismo cannábico. El tráfico sigue siendo ilegal en ese país, lo que crea un sistema de doble filo entre lo vendido y el lugar de donde procede. Mercado negro y legalidad mantienen una paradójica relación.
En el debate global se intercambia el fuego cruzado de los derechos civiles, el peligro para la salud pública, el uso medicinal, en lo que ha venido a llamarse consumo compasivo, y hasta toca lo religioso como en el caso de los rastafaris (rito que provenía de la antigua iglesia etíope que incluyó el cannabis como sacramento).
«La legalización implicaría un mayor consumo asociado, sabemos que las drogas más consumidas por la población son las legales. Están constatados sus peligros, como demuestra que es la primera causa de ingreso en urgencias por brote psicótico entre los jóvenes», explica Francisco de Asís Babín, delegado del Plan Nacional de Drogas. «No es momento de bajar la guardia. En los últimos seis años hemos reducido su consumo y aumentado la percepción de riesgo», añade.
España tiene uno de los mayores consumos de la UE, solo por debajo de Italia y República Checa. Alrededor de un 10,6% de la población toma cannabis, y el 32% afirma haberlo probado, según el Observatorio Europeo de las Drogas. Entre los jóvenes (23%) solo nos situamos por debajo de Canadá. Es además el terreno de una singular experimentación que llama la atención internacional. En algunos sectores lo denominan «el modelo español». Tam, tam. Señales de humo en el frente de España.
El proyecto de Rasquera, por el que el alcalde de este municipio catalán planteó en referéndum un plan anticrisis mediante el cultivo masivo de marihuana, destapó un movimiento civil que ha decidido plantar batalla con una alternativa inusitada y arriesgada, cimentada en los límites de lo legal.
Se trata de los clubes sociales de cannabis. Son asociaciones de autoconsumo que se amparan en la jurisprudencia del Tribunal Supremo y en los huecos de una legislación que penaliza el tráfico pero no el consumo privado y colectivo. Siguen la estela de asociaciones pioneras como la Ramón Santos para Estudios sobre el Cannabis, que ya en 1994 decidió forzar el debate político al indicarles a las autoridades dónde se hallaba su primer cultivo colectivo. En aquella ocasión fueron condenados en firme por el Supremo.
Alrededor de un 10% de la población española consume habitualmente cannabis
Se da la circunstancia de que en España hasta tres generaciones (los nacidos entre 1945 y 1999) son consumidores regulares de cannabis, un estrato de la sociedad que no distingue clases sociales, estudios u ocupación, según un informe de Proyecto Hombre.
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